Informaciones
Psiquiátricas
2016 - n.º 224
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“LA SOLEDAD EN LOS MAYORES. EL GRAN FACTOR DE RIESGO”
(3). Pero no todo puede achacarse al con-
texto social. La soledad en todas sus formas
está muy vinculada a la personalidad previa
y a la incapacidad histórica de comunicarse y
de expresar y recibir afecto.
Concepto y evaluación
de la soledad
A partir de los trabajos de Weiss (1973)
(4), se distingue clásicamente entre soledad
emocional – o soledad a secas – y aislamien-
to social. La soledad emocional consiste en la
falta de vinculación emocional íntima, como
la que resulta de la falta de una pareja, y se
acompaña de síntomas de vacío, desolación,
inseguridad y de falta de alguien en quién
poder confiar. El aislamiento social es la fal-
ta de un círculo de relaciones sociales que
pueda proporcionar una vivencia de perte-
nencia, de compañía y de ser miembro de una
comunidad. Es evidente que ambos aspectos
están muy relacionados, pero también está
claro que ambos pueden darse cada uno por
separado (5).
Esta diferenciación es importante, porque
según el paradigma de partida, la forma de
medir la soledad y por lo tanto los resultados
de los estudios pueden ser muy diferentes. Mu-
chos estudios han entendido la soledad como
un concepto unidimensional, confundiéndola
con el aislamiento social, y midiéndola como
la carencia o escasez objetiva de contactos
sociales y de interacción familiar. Otros traba-
jos, en cambio, han considerado la evaluación
de la soledad desde una perspectiva multidi-
mensional, incorporándole por lo tanto la eva-
luación no solo del número de interacciones
sociales, sino de la calidad de las mismas, y de
la vivencia subjetiva de soledad (6).
Dado que no existe una definición única de
soledad, ni de una forma de medirla, los es-
tudios tienen con frecuencia resultados dis-
pares y resultan difíciles de integrar. Por otra
parte, la experiencia de soledad o de aisla-
miento no son uniformes con el paso de los
años: las personas pueden haberse sentido
solas o aisladas a lo largo de toda la vida o
comenzar a percibirlo al llegar a la vejez, o
bien únicamente a consecuencia de un su-
ceso de gran impacto, como la jubilación o
el duelo. La soledad puede ser una vivencia
permanente o de corta duración y frecuente-
mente las personas son reacias a compartirla,
lo que tiene gran importancia dado que la
mayoría de instrumentos de evaluación se
basan en el auto-reporte.
Podemos citar dos de los instrumentos más
comúnmente empleados, la UCLA Loneliness
Scale (7) y la De Jong Gierveld Loneliness
Scale (8), ambos de tipo multidimensional.
La primera valora el aislamiento percibido,
las relaciones y la conexión social. La segun-
da, quizás la más empleada en nuestro entor-
no combina sub-escalas sociales y emociona-
les, e incluye aspectos como la vivencia de
vacío interior y de falta de otros en los que
apoyarse, confiar y a los que sentir cercanos.
Aspectos etiológicos
y epidemiológico
Por lo general, las causas de la soledad se
han agrupado en tres clases de factores etio-
lógicos (9,10). El primero corresponde a las
características de la red social: el número y
calidad de las relaciones que tiene una per-
sona. Los estudios realizados han demostra-
do repetidamente que las personas sin pareja
son más solitarias que los que la tienen, y los
que tienen redes sociales pequeñas y distan-
tes son más solitarios que los que se implican
activamente en redes sociales. El segundo
consiste en las perspectivas de las personas