INFORMACIONES PSIQUIÁTRICAS 253

Informaciones Psiquiátricas 2024 - n.º 253 87 también con hipogonadismo) la testosterona aumenta la actividad y el deseo sexual, así como mejora la función eréctil (53,54), si bien no debiera aportarse externamente de modo indiscriminado (55). En EE.UU. se aprobó en 2015 el agonista-antagonista multifuncional de la serotonina Flibanserin por la U.S. Food and Drug Adminitration, primera y sumamente controvertida medicación para tratar la disfunción por deseo sexual hipoactivo en mujeres premenopaúsicas (56–58). Las hormonas esteroides (estradiol, progesterona y testosterona) desempeñan un papel crucial en la regulación del deseo sexual femenino, aunque no ejercen efectos relevantes sobre la atracción hacia estímulos sexuales visuales (59). Sigue siendo difícil recomendar tratamiento con testosterona, el principal andrógeno ovárico, a mujeres con deseo hipoactivo (60–62). Para los varones, los niveles elevados de prolactina (que afecta al nivel plasmático de las hormonas sexuales en ambos sexos biológicos) parecen influir proporcionalmente de forma negativa en el deseo sexual. La hiperprolactinemia se asocia también con disfunción eréctil (63). La normalización de la hiperprolactinemia puede mejorar la libido, pero muy dudosamente la capacidad de erección, sobre todo si se compara con el grupo de fármacos inhibidores de la fosfodiesterasa-5: Sildenafilo, Vardenafilo, Tadalafilo o Avanafilo. Se ha informado en ratas que Cabergolina (y también Dimetilcabergolina), derivado del cornezuelo de centeno que suele prescribirse para tratar la hiperprolactinemia, facilita las eyaculaciones y mejora la motivación sexual previa (64). En el trastorno por comportamiento sexual compulsivo, ya mencionado en el epígrafe anterior, los fármacos antidepresivos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina y el antagonista opioide no selectivo Naltrexona constituyen actualmente los tratamientos farmacológicos más relevantes (65). En cualquier caso, es necesario evitar la innecesaria psiquiatrización o psicologización de la vida ordinaria, ligada con frecuencia al exceso de “permisividad” social y de la “cultura terapéutica” fomentada por los proveedores populares y mediáticos de un asesoramiento sentimental saludable (66), muy probablemente interesado. Pero, tan perjudicial es la sobreintervención pretendidamente terapéutica como el infratratamiento que sí sería necesario y que es preconizado en ocasiones desde posicionamientos más socio-ideológicos supuestamente “progresistas” que basados en pruebas científicas convincentes (67,68). Para resignificar el sufrimiento personal común relacionado con la sexualidad en ausencia de psicopatología tampoco se necesita ninguna psicoterapia. Este tipo de intervención es, por definición, estrictamente sanitario, pues “psicoterapia” implica etimológicamente que sea “tratamiento” (psicológico, psíquico, conversacional o verbal), y no mero acompañamiento más o menos empático (69). Distinta cuestión, aunque nada infrecuente, es que los afectados de ciertas patologías mentales o sexuales sean conocedores de sufrirlas, pero que no deseen ninguna mediación ni tratamiento. Si el asunto afectara negativa o peligrosamente a terceras personas, será transcendente el problema deontológico (21), ético y legal del psiquiatra, psicólogo clínico o personal supuestamente experimentado en sexología, que pudieran intervenir (69,70). AMOR, DESEO, SEXUALIDAD Y SALUD MENTAL

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