Informaciones Psiquiátricas 2024 - nº 256 21 Introducción La Discapacidad Intelectual (DI) supone dificultades en la esfera del desarrollo, el cual se torna lento o incompleto. Como resultado, se ven deterioradas habilidades relacionadas con la capacidad intelectual general, como la función cognitiva, lingüística, motora y social [3]. Atendiendo a dicha clasificación, pueden diferenciarse tres tipos de perfiles de personas con DI según el grado de autonomía y necesidad de supervisión en las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria. Este acercamiento conceptual, amplía la definición más allá de la capacidad intelectual [4]. Los déficits indicados conllevan en gran medida dificultades en el alcance de objetivos normotípicos en diferentes áreas de la esfera vital, con implicaciones significativas para la persona con DI y de la red encargada de proveer apoyo y/o supervisión. Las causas de la DI son diversas y pueden ser adquiridas o congénitas. Aunque existe una base biológica importante, su evolución depende de complejas interacciones ambientales y genéticas que afectan al neurodesarrollo en etapas tempranas. Estos factores incluyen variables biomédicas, así como el entorno familiar, psicosocial y cultural [5]. Los familiares de personas con DI suelen ser “cuidadores informales”, desempeñando un rol crucial de apoyo y supervisión en actividades básicas e instrumentales de la vida diaria [1]. En alto porcentaje, el cuidador principal es una mujer (70.8%-93.2%), muchas de ellas dedicadas al cuidado del hogar (45.4%). Es decir, el perfil típico del cuidador de personas con DI es una mujer adulta, familiar directo, con dedicación completa al hogar y un nivel sociocultural medio [6]. El cuidado no profesional está asociado a elevados niveles de sobrecarga, bajo apoyo social y deterioro de la calidad de vida [7]. La literatura reporta numerosos problemas de salud, económicos y sociales derivados del cuidado, que empeoran con el tiempo debido a la cronicidad del mismo [8]. Un metaanálisis vincula el cuidado informal con el Bournout, caracterizado por agotamiento, distanciamiento emocional y sentimientos de ineficacia, que afectan a múltiples roles del cuidador [9]. Esta situación se agrava con la falta de preparación formal y el cuidado prolongado. Además, se ha observado que el aumento de síntomas depresivos en los cuidadores está relacionado con el grado de dependencia, siendo mayor en los casos de dependencia severa, lo que afecta negativamente su calidad de vida y bienestar [6]. La calidad de vida y bienestar familiar son conceptos complejos donde interactúan necesidades individuales y colectivas [2]. En cuidadores de personas con DI, esta interacción es aún más relevante, ya que las fronteras entre lo individual y lo colectivo se difuminan debido a la naturaleza continua del cuidado. A medida que aumenta la necesidad de apoyo en actividades diarias, se genera un mayor impacto en las necesidades individuales, afectadas por el cuidado prolongado a lo largo del tiempo [10]. La evidencia de estudios de intervención en cuidadores informales de familiares dependientes resalta la necesidad de comprender mejor las necesidades y carencias de las familias, PROGRAMA FAMILIAR TRANSDISCIPLINAR EN DISCAPACIDAD INTELECTUAL: ESTUDIO PILOTO BASADO EN LA SINTOMATOLOGÍA DEL CUIDADOR
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