Informaciones Psiquiátricas - Primer trimestre 2004. Número 175 Funcionamiento, Discapacidad y Rehabilitación I. Lastra Recepción: 16-01-04 / Aceptación: 16-02-04 RESUMEN La discapacidad supone un factor pronóstico fundamental en la evolución de las enfermedades crónicas, en especial, las mentales. Los profesionales de la salud mental estamos especialmente sensibilizados para realizar la valoración y el tratamiento, no sólo de la enfermedad, sino también de la discapacidad que puede implicar y que en el caso de los trastornos mentales es tan importante. La nueva Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la discapacidad y de la salud de la OMS (CIF), supone un marco ideal en la evaluación del funcionamiento y la discapacidad en las personas con enfermedades mentales y puede ser un punto de partida fundamental para los procesos de rehabilitación psicosocial. Palabras clave: CIF, discapacidad, trastornos mentales, rehabilitación psicosocial. ABSTRACT Disabilities are major prognostic factors in the course of chronic disorders, especially in mental disorders. Mental health professionals are specifically sensitized to evaluate and treat not only mental disorders, but associated disabilities too. The new International Classification of Functioning, Disability and Health (ICF), is a perfect framework to evaluate functioning and disabilities in people with mental disorders and may be a fundamental starting point for psychosocial rehabilitation programs. Key words: ICF, disability, mental disorders, psychosocial rehabilitation. INTRODUCCIÓN El modelo médico tradicional basa su razón de ser, fundamentalmente a lo largo de los últimos decenios, en la curación de la enfermedad. El cuidado de los pacientes con enfermedad crónica no curable ad integrum, ha sido derivado en muchas ocasiones a redes asistenciales paralelas, con una presencia mayor o menor del componente social y, más recientemente, ha dado lugar a la aparición de un nuevo espacio administrativo-asistencial, llamado sociosanitario. Sin embargo, durante los últimos años, en la mayoría de las especialidades médicas surge un creciente interés por aspectos relacionados con las consecuencias de las enfermedades que tratamos de curar; consecuencias no sólo sanitarias, sino también estrictamente sociales (p. ej.: personales, familiares, laborales, etc.). El campo de la Salud Mental basa su actuación, desde hace muchos años, en un enfoque eminentemente psicosocial, comunitario e integrador, en el que se trata, no tanto de curar, como de paliar consecuencias devastadoras de enfermedades graves, en las que a veces el estigma se hace más demoledor que el propio trastorno. En este sentido, la labor de la Congregación de Hermanas Hospitalarias y de sus Centros ha sido, desde su origen hace más de un siglo, la de curar dentro de las posibilidades científicas de cada época, proteger y dar familia y vivienda a los enfermos más excluidos de la sociedad y mantener todo lo posible las potencialidades funcionales de los pacientes, tratando de entrenar lo perdido y mejorar lo preservado. Esto ha hecho durante muchos años que nuestros Centros se hayan especializado en dos áreas fundamentales: la discapacidad y la rehabilitación; es decir, la evaluación de las consecuencias de las enfermedades mentales y su mejora con vistas a la mejor reintegración social en el ámbito personal, familiar e incluso laboral. CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE DISCAPACIDAD (CIDDM, 1980)1 El modelo de discapacidad con el que nos hemos familiarizado tanto los profesionales, como los organismos públicos y los propios pacientes y sus familias, ha sido el propugnado por la Organización Mundial de la Salud a partir de la publicación en el año 1980 de la Clasificación Internacional de Deficiencias, Discapacidades y Minusvalías (CIDDM)1. Tal clasificación supuso en su día un hito ideológico en la conceptualización de la discapacidad y consiguió poner en marcha bajo sus postulados, en las sociedades industrializadas, los planes modernos de protección social pública a la discapacidad que hoy en día conocemos. El modelo de la CIDDM (figura 1) es fundamentalmente lineal, en el que una deficiencia (déficit o alteración funcional o estructural producido por una enfermedad o proceso malformativo) produce necesariamente una discapacidad (o deterioro en la realización de actividades) y esta discapacidad, al interactuar con el ambiente social, determina una minusvalía (o restricción en la participación social debido a elementos contextuales que son barreras para la persona con discapacidad). Con el paso de los años, tal modelo resulta insuficiente por distintos motivos; algunos de ellos son puramente técnicos y otros, eminentemente sociales. En el ámbito técnico, este modelo lineal se encuentra con numerosos problemas a la hora de explicar un fenómeno sumamente complejo como el de la discapacidad. Así, una persona con una deficiencia (p. ej.: vitíligo) puede no tener ninguna limitación en las actividades que realiza (discapacidad) y, sin embargo, en determinadas culturas, sufrir una importante restricción en su participación social (minusvalía) debido al estigma que supone tener áreas de piel hipopigmentada que pueden confundirse con otras enfermedades graves y contagiosas. En el campo de la salud mental, el hecho de institucionalizar a un paciente con enfermedad mental y limitar su participación en sociedad (minusvalía), puede determinar, con el tiempo, una pérdida de hábitos y actividades básicas de la vida diaria que no se le permiten realizar en un ámbito hospitalario; es decir, producir una discapacidad. Además, en este camino biunívoco de relaciones entre deficiencia-discapacidad-minusvalía, existen factores no tenidos en cuenta (o al menos no estandarizados en la CIDDM) y que resultan fundamentales para comprender estos fenómenos tan complejos. Entre estos factores se encuentran aquellos determinados por la propia persona (edad, sexo, raza, etc.) que en muchas culturas suponen determinantes básicos para la realización de actividades y participación social y aquellos otros determinados por el ambiente en el que vive el individuo y que propician el que una persona con una misma discapacidad (por ejemplo: amputación de ambas piernas), pueda moverse con cierta facilidad por su entorno habitual (con el acceso al uso de ayudas técnicas o humanas) o que se vea limitado a la habitación de su casa de forma permanente al no disponer de estas ayudas. Finalmente, en las sociedades más desarrolladas, la utilización durante años de la terminología reseñada, ha devenido en numerosos contenidos peyorativos sobre la misma y son, fundamentalmente, las propias personas con discapacidad y sus familias quienes no entienden que se les clasifique como «minusválidos» e, injustamente, se les «minusvalore» por el simple hecho de necesitar determinada capacitación supletoria en algunas áreas de su vida o actividad. LA DISCAPACIDAD EN EL MUNDO SANITARIO. ¿PARA QUÉ? Una pregunta básica que podríamos hacernos ahora es ¿por qué debemos estar interesados en el campo de la discapacidad desde el mundo sanitario si ya existen otras áreas administrativas que se encargan de este asunto? Dos aspectos nos resultan básicos para contestar esta pregunta. Uno se relaciona con nuestro propio ser como sanitarios y es que nada de lo que le pase a uno de nuestros enfermos por motivo de su enfermedad nos debe de ser ajeno y que cualquier nuevo episodio «sanitario» que sufra, no lo sufre de forma aislada, sino como individuo que vive en el contexto de su discapacidad, lo que nos obliga a su conocimiento y manejo global para poder dar (o intentar dar) un remedio a cualquier enfermedad que aparezca. El otro aspecto fundamental y que claramente se imbrica al primero, es la dificultad que nos produce, a todos los niveles, intentar manejarnos con el «diagnóstico» como eje fundamental de nuestra actividad asistencial. Diversos estudios de investigación han demostrado de forma fehaciente que el diagnóstico aislado falla en la predicción de:
Por el contrario, la utilización del diagnóstico junto con la discapacidad de la persona puede predecir:
Como vemos, incluso para la tan traída y llevada «gestión clínica» que tanto se nos demanda en la actualidad, resulta básico no sólo contar con el «problema» principal por el que atendemos al paciente, sino tener también en cuenta las consecuencias en términos de discapacidad que dicho «problema» le ocasiona e, incluso, las áreas de discapacidad preexistentes al mismo. Sin embargo, como dijimos, el modelo de discapacidad de la CIDDM, supone en la actualidad, en muchos casos, más un lastre que una ayuda. UN NUEVO MODELO PARA EL FUNCIONAMIENTO Y LA DISCAPACIDAD (CIF, 2001)12 Dadas las dificultades preexistentes con el modelo de la CIDDM, la OMS comenzó en 1993 las labores de revisión y estudios de campo con vistas a la edición de una nueva clasificación que sustituyese a la del año 198013. Los principios esenciales sobre los que se fundamentaba dicho proceso estaban dirigidos a posibilitar que la nueva clasificación:
Esta nueva clasificación con el nombre de Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad y de la Salud (CIF) fue aprobada por la 54 Asamblea Mundial de la Salud en Mayo 2001 a través de la Resolución WHW 54.21. Son numerosos los cambios de concepto que la clasificación ha sufrido desde su primera edición (figura 2)14. Así, en la CIF, el término Funcionamiento se incluye como término neutro y término paraguas que abarca: Función Corporal, Actividad y Participación, mientras que el término Discapacidad aparece en el título abarcando tanto Deficiencias, como limitaciones en la Actividad (discapacidad del antiguo modelo) y restricciones en la Participación (minusvalía de la CIDDM). La incorporación del término de Salud se propone en el título dada la necesidad de enfatizar el hecho de que la CIF se concibe dentro de un marco conceptual que evalúa salud y estados de salud. Así, la CIF no pretende clasificar a las personas, sino ofrecer perfiles de funcionamiento y discapacidad determinados por objetivos concretos de interés y no por un afán arbitrario (y por tanto éticamente inaceptable). La Clasificación Internacional del Funcionamiento, de la Discapacidad y la Salud, forma parte de la Familia de Clasificaciones de la OMS. Si en el caso de la CIDDM, su papel era secundario a la Clasificación Internacional de Enfermedades, actualmente, la Organización Mundial de la Salud considera a la CIF al mismo nivel de la CIE 10, de la que resulta totalmente complementaria15. Esta complementariedad supone, en parte, que la CIF haya pasado de ser una Clasificación de las Consecuencias de las Enfermedades (versión 1980) a ser una Clasificación de los Componentes de la Salud16. Abarca todos los aspectos de la salud y otros aspectos relevantes relacionados con el Bienestar que son descritos como Dominios de Salud y Dominios relacionados con la Salud. Algunos nuevos aspectos conceptuales a considerar en la CIF se relacionan con distintas cuestiones taxonómicas y terminológicas:
LA DISCAPACIDAD EN SALUD MENTAL. EL CONCEPTO DE REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL Los profesionales de la Salud Mental llevamos décadas preocupados por las consecuencias psicosociales de los trastornos mentales graves y la forma de mejorarlas. El modelo asistencial vigente de «psiquiatría comunitaria», justamente se basa en la necesidad de evitar la institucionalización crónica de los enfermos con cuadros más graves (psicosis fundamentalmente) e intentar su reintegración social y laboral, a través del trabajo de rehabilitación de los déficits producidos por la enfermedad (discapacidades). Así pues, en los trastornos mentales más graves resulta fundamental la evaluación funcional del sujeto, de las deficiencias y discapacidades que presenta, pero más aún, la valoración del funcionamiento de áreas preservadas. Es en estas áreas en las únicas que nos podemos apoyar para seguir trabajando en la completa integración psicosocial del individuo. Surge así el concepto moderno de Rehabilitación Psicosocial, que aúna toda una serie de técnicas psicoterapéuticas encaminadas al «Desarrollo, recuperación y potenciación de capacidades, habilidades, aptitudes y actitudes de funcionamiento psicosocial, básicas para poder mantener al sujeto en su entorno familiar y social en unas condiciones lo más normalizadas e independientes posibles». Este abordaje permitirá el acceso progresivo a niveles crecientes de integración social y formación e integración laboral. APORTACIONES DE LA CIF AL ABORDAJE DE LA REHABILITACIÓN EN SALUD MENTAL La complementariedad del concepto de funcionamiento y discapacidad desarrollado por la CIF y el de rehabilitación, es prácticamente completa, de forma que esta Clasificación es un marco óptimo para la evaluación de estas áreas en Salud Mental. Algunos de los componentes de la CIF, como es el caso de los de «estructura» y «función», no suponen un aporte con demasiado interés al campo de la rehabilitación psicosocial, debido, fundamentalmente, al desconocimiento científico que de estas áreas existe aún en el área de la salud mental. Sin embargo, componentes como los de «actividades/participación» o la Parte II de «factores contextuales», son de una relevancia importantísima para nuestro campo de actuación. Así, si observamos simplemente el enunciado de los nueve capítulos en que se agrupa el componente de «actividades/participación», valoraremos de forma más adecuada este hecho:
Surge así el objetivo fundamental de la rehabilitación psicosocial en el campo de los trastornos mentales graves: ¿Cómo potenciar el funcionamiento y mejorar las discapacidades? EL MODELO DE LA REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL Son varios los pasos que se incluyen de forma inexorable en el proceso de rehabilitación en aquellas personas con trastornos mentales graves, a consecuencia de los cuales mantienen distintos niveles de discapacidad y restricciones en la participación social que les excluyen del disfrute de una vida normalizada. Entre estos apartados, exponemos como fundamentales los siguientes:
EL PROCESO DE REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL Para dar más luz sobre las necesidades de rehabilitación en las personas con trastornos mentales graves (fundamentalmente psicosis), señalaremos que las áreas fundamentales del funcionamiento psicológico, social y conductual en las que encontramos mayores déficits son las siguientes:
Del conjunto de déficits que pueda presentar un paciente en las diversas áreas fundamentales enunciadas, se derivan una serie de necesidades; aquellas que la persona necesita cubrir para adaptarse con eficacia en el medio donde vaya a vivir. Estas necesidades son el objetivo diana del programa individualizado de rehabilitación (PIR). Una vez establecidas de forma individualizada las necesidades y los programas necesarios para su rehabilitación, se desarrolla el procedimiento técnico, como hemos dicho, tanto en grupos pequeños que permitan potenciar la interacción con compañeros y al tiempo respetar las particularidades de cada usuario en cuanto a ritmos de aprendizaje, capacidad de atención, destrezas y grado de motivación, como a nivel individual. Las técnicas de rehabilitación psicosocial se encuadran a través de diversos módulos principales que tratan de cubrir el tratamiento de todas las necesidades detectadas:
Únicamente cuando modelos activos de rehabilitación psicosocial como el planteado hayan mostrado su fracaso a la hora de conseguir la mejoría de los déficits que el enfermo muestra, podremos plantearnos la utilización de recursos con un corte más social o sociosanitario de mantenimiento de habilidades básicas y de integración social, aún cuando ésta sea paralela y no normalizada; pero en cualquier caso, este tipo de recursos debe utilizarse únicamente como paso intermedio, atentos a la evolución del individuo y tratando de conseguir una mejora tal que permita de nuevo o por primera vez la aplicación de programas psicoterapéuticos con objetivos normalizadores. Como conclusiones finales, podemos establecer las siguientes:
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discapacidad: modelos interpretativos y su influencia en el nuevo Sistema
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