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Informaciones

Psiquiátricas

2018 - n.º

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lo que estaba ordenado en nuestras cabezas

y que queríamos comunicar en este artículo

se transformó, tomó otro ángulo:

1)

La idea del grupo de terapia como el seno

familiar aparece de una manera más vívi-

da que nunca;

2)

Los pacientes que atienden cada semana

dicho grupo pueden verse como miem-

bros de una familia. Hay bebés, infantes,

adolescentes, y adultos. Todos pueden

pasar por estas fases evolutivas en una

misma sesión;

3)

¿Nos dejamos las gafas en casa o mira-

mos las figuras a las que dan forma esos

colores?

Las manifestaciones (sanas, patológicas,

etc.) del bebé, paciente o grupo, depende-

rán en gran medida de las interacciones con

los padres o terapeuta. Toda manifestación

psíquica y vincular depende del contexto in-

tersubjetivo en que tiene lugar. ¿Y por qué

es importante explicar este punto? Porque

vemos cómo el desarrollo individual sucede

en un ámbito grupal, y cómo la agresividad

nace en la persona, pero habitualmente se

manifiesta en el grupo(s) al (a los que) que

pertenece. O cómo nace en el grupo, pero

a veces lo manifiesta una sola persona. En

definitiva, podríamos afirmar que la agresi-

vidad aparece gracias a que otro(s) expresa

una opinión, o se comporta de una forma di-

ferente a la esperada (es decir, a la nuestra).

De este triángulo (idea propia-idea grupal-

nueva idea mezcla de ambas) que evidencia

la diferencia surge el conflicto.

Generalmente asumimos que la psicotera-

pia de grupo es un “buen lugar”, entendido

como un lugar seguro donde acudir, y que la

causa de cualquier problema que se presenta

en el seno grupal reside en los individuos

que lo componen, en vez de pensar que el

mismo grupo crea un entorno problemático

que despierta el aislamiento y la actividad

destructiva que, en última instancia, me-

noscaba el poder terapéutico del grupo. Y

es que sabemos que durante la fase edípica,

una etapa fundamental para la diferencia-

ción, la agresividad se manifiesta de forma

clara, y se dirige hacia los progenitores o los

hermanos. Tomando esta idea, y adaptando

a Winnicott (1958)

1

, definiríamos la agresi-

vidad como un elemento fundamental en los

procesos de discriminación, diferenciación y

des-idealización, ya sea en el desarrollo de

un proceso grupal o en relaciones cotidia-

nas.

No olvidemos, eso sí, que la agresividad es

algo que hace daño y produce dolor. Quizá

las dos vías más potentes a través de las

cuales podemos dañar al otro o sentirnos da-

ñados son:

1)

Atacando su narcisismo (o sentirnos ata-

cados)

2)

Haciendo que se sienta culpable (o sen-

tirnos culpables)

La actividad profesional que realizamos

constantemente nos expone a ser y sentirnos

atacados en este sentido; y esta exposición

puede hacer que realicemos intervenciones

agresivo-defensivas que bloquean o entorpe-

cen el proceso grupal. Las manifestaciones

de agresividad pueden ser la resultante de

procesos defensivos de resistencia (del gru-

po y de los terapeutas), o bien apuntar ha-

cia procesos estructurantes. El enfoque que

adoptemos marca en gran medida el rumbo

y signo (emocional) de nuestras intervencio-

nes: El que determinada manifestación re-

sulte sana o patológica depende también del

signo que pongamos en nuestra mirada.

LOS SOLDADOS PERSAS DE LAS CORTINAS DE FOULKES,

O LA AGRESIVIDAD EN TERAPIA DE GRUPO